Si cerraras los ojos y volvieras a la escuela, ¿qué recordarías? ¿La voz de esa maestra que te inspiró o el miedo de ser juzgado por un error? ¿El juego y la alegría del recreo o la rigidez de un aula en silencio?
Cada experiencia vivida en nuestra trayectoria escolar ha dejado huellas en nosotros. Algunas nos marcaron con entusiasmo y pasión por aprender; otras, con miedo, inseguridad, verguenza o frustración. Lo cierto es que todo lo que vivimos como estudiantes sigue habitándonos, y sin darnos cuenta, lo llevamos a nuestra práctica docente.
Nosotros lo llamamos "el estudiante interior", esa parte de nosotros que guarda recuerdos, emociones y aprendizajes de nuestra propia historia escolar. Pero, ¿qué pasa cuando no nos detenemos a revisarlo? ¿Cómo impacta en nuestra forma de enseñar?
De alumnos a docentes: un espejo sin revisar
Trabajando con docentes en distintas experiencias, descubrimos algo revelador: la mayoría no había reflexionado sobre cómo su historia escolar influía en su práctica docente. Al revivir sus propios años como alumnos, muchos identificaron patrones de enseñanza que, sin querer, habían replicado con sus estudiantes.
Quienes habían vivido la enseñanza desde la empatía, el respeto y el reconocimiento, tendían a replicar esos valores en su trabajo. En cambio, quienes habían pasado por experiencias de humillación, exigencias desmedidas o falta de escucha, muchas veces sin saberlo, siguen perpetuando esas mismas dinámicas en sus aulas.
“Uno es lo que es y hace lo que hace porque a lo largo de las experiencias fuimos creando capas que ocultan y endurecen nuestra verdadera esencia. Sacarlas es la misión que tenemos para poder mostrar lo que éramos cuando nacimos, lo que fuimos perdiendo, nuestra verdadera esencia que está ahí oculta”, reflexionó una de las docentes.
Las huellas de la escuela que nos habita
Cuando trabajamos con educadores en su Biografía Humana ligada al aprendizaje , surgieron emociones profundas: nostalgia, alegría, dolor, consciencia. Recordaron la mirada de aquel profesor que creyó en ellos y los impulsó a seguir adelante, pero también la maestra que los hizo sentir inseguros, la burla de un compañero,la vergüenza, el peso de la comparación y la presión académica.
Experiencias traumáticas como ser juzgados, humillados, recibir miradas de desaprobación o enfrentarse a docentes irritables que asustaban, dejaron marcas profundas. Pero también emergieron los momentos de bienestar: la libertad en el juego, el aprendizaje a través del arte, las maestras cariñosas que valoraban y cuidaban a sus alumnos.
Lo impactante fue que casi todos los docentes relacionaron sus experiencias como alumnos con su práctica actual. Mirar atrás no solo les permitió comprender su historia, sino que también les dio herramientas para no repetir aquello que los dañó y fortalecer lo que los impulsó a aprender.
¿Cómo necesitan aprender los niños?
El contraste entre lo vivido y lo que realmente necesitan los niños, las niñas, los adolescentes y los jóvenes para aprender fue claro. Los niños aprenden con amor, alegría, empatía, respeto y escucha. Necesitan docentes que los entiendan, que los organicen sin castigos ni amenazas, que respeten su tiempo y su naturaleza.
La enseñanza no es solo transmitir conocimientos. Es crear un ambiente donde aprender sea un acto de confianza, donde el error no sea sinónimo de fracaso, sino de oportunidad.
Una maestra lo resumió con estas palabras: "Quienes creyeron en mí influyeron para que yo sea docente."
Transformando la enseñanza desde adentro
Al revisar sus historias, los docentes no solo entendieron por qué enseñaban cómo enseñaban, sino que también adquirieron herramientas para cambiar su enfoque. El trabajo con el compañero de ruta, donde cada uno exploró las experiencias de aprendizaje del otro, generó cercanía, comprensión y un cambio profundo en los vínculos.
“Nos permitió adquirir una mirada más amorosa y comprensiva hacia nosotras mismas y nuestras compañeras”, compartió una docente. “Nos facilitó acercarnos a nuestros alumnos”, agregó otra.
Descubrieron que la teoría del profesorado había quedado corta en muchos aspectos: la educación emocional, el abordaje de la violencia escolar, la comprensión de la diversidad de realidades en el aula. Pero, sobre todo, comprendieron que no se puede enseñar sin antes mirar hacia adentro.
El desafío de resignificar la educación
Si realmente queremos cambiar la educación, no basta con modificar los contenidos o las metodologías. Debemos transformar la manera en que nos vinculamos con el aprendizaje y con la enseñanza.
Trabajar sobre el estudiante interior nos permite romper con patrones rígidos, conectar con nuestra verdadera esencia y crear un aula donde enseñar y aprender sea un acto de amor y no de imposición.
Porque enseñar es mucho más que dictar una lección. Es acompañar, inspirar y dejar huellas que duren toda la vida.